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ESE PARTICULAR ESTILO PRESIDENCIAL


            El presidente Jorge Batlle vuelve a sorprendernos con sus declaraciones y actitudes. La sorpresa es un efecto de dichos o acciones que nadie espera, en este caso de la investidura presidencial. Particularmente me refiero a todo el episodio que rodea el brote de aftosa en el departamento de Artigas y al manejo que de este hecho ha realizado el Presidente. En primer lugar anunciando la posibilidad de un brote antes de su confirmación, para inmediatamente de confirmado ratificarlo públicamente. No fue ésta la actitud asumida por las autoridades de países vecinos e incluso en nuestro país algunos sectores expresaron su disgusto por el anuncio. Sin embargo, la presidencia optó nuevamente por la estrategia de la sinceridad, que tiene dos lecturas, una hacia los mercados y otra hacia el interior del país.

            La primera apuesta a la credibilidad en el país. La credibilidad en un mundo ferozmente competitivo es un bien escaso, es un juego sin reglas, donde todo vale en aras de captar mercados o capitales. Para un pequeño país como el nuestro, marginal en todos los mercados, la credibilidad es un activo muy valioso. Apostar a ella y convertirla casi en un factor diferenciador es la estrategia más adecuada por lo cual considero que nuestro gobierno a actuado correctamente. El otro camino, el del ocultamiento y la mentira no sólo tendría “patas cortas” sino que hubiera hipotecado muchos años y esfuerzos por ganarnos un cierto prestigio en el mundo. También representa una demostración de autoconfianza en las posibilidades de superar rápidamente el problema y para ello se han puesto en juego diversos mecanismos con un nivel de eficacia aún no demostrado pero con un despliegue que expresa la seriedad del país. Estas son las coyunturas donde se requiere de acciones colectivas, de respaldos claros y de una visión de país por encima de intereses particulares. Un comunicado de los funcionarios del Ministerio de Ganadería, acusando a las autoridades de negligencia y falta de recursos, donde lógicamente los sueldos no dejaron de estar presentes, aunque contara con cierta dosis de verdad, resulta en una triste expresión corporativa de desinterés por la suerte del país todo.

             En lo interno la actitud de la presidencia se suma a otros hechos y dichos del mismo tenor que van marcando un estilo diferente en la conducción del país y en los liderazgos. Cuando el presidente Batlle arremete contra la corrupción en las aduanas del país no hace más que afirmar algo que todos los uruguayos saben pero que no era esperable que lo expresara un Presidente. Quizás la investidura lo limite en este tipo de afirmaciones pero tienen un efecto positivo al cual se dio prioridad. Para los funcionarios supone un llamado de atención muy fuerte que los interpela sobre una forma de actuar que hoy -más que nunca- resulta inadmisible. Pero también nos interpela a todos los uruguayos sobre nuestra responsabilidad para con el país. En este mundo donde impera la supremacía de lo personal, lo individual, sobre los público y lo comunitario, es necesario sacudir las conciencias y llamar a la responsabilidad que tenemos como ciudadanos. Esa cultura de frontera, que se extiende hasta Pocitos, no podemos asumirla con tanta naturalidad. No es buena en tiempos normales, pero es suicida en estas circunstancias. Esa apelación sólo podía hacerla el propio Presidente para que tuviera algún efecto, aunque ello genere ciertas molestias legítimas en aquellos funcionarios honestos que se ven injustamente involucrados. Aquí es donde las formalidades son secundarias, aunque siempre importen, frente a realidades apremiantes que requieren de posturas muy claras.

       Más allá de estos hechos puntuales, también hay que rescatar lo que, al día de hoy, podemos denominar como el particular estilo presidencial. Este estilo que el Dr. Jorge Batlle le imprime al cargo supone la desacralización de la Presidencia de la República, su desacartonamiento y el acercamiento con la población. Ello se expresa en un estilo comunicacional llano, abierto, creíble y no confrontacional. Es un estilo donde se “humaniza” el poder, se desmitifica esa idea de poder absoluto que le otorgamos los uruguayos a la presidencia, donde el presidente aparece compartiendo con la población sus problemas y preocupaciones, que denuncia a los países poderosos por sus arbitrariedades comerciales y que interpela los actos de corrupción que puedan existir en el estado. Es la imagen de un presidente que se baja del caballo, camina con la gente y protesta ante las mismas injusticias o arbitrariedades, aún cuando provienen del propio aparato estatal que el preside. De alguna forma, este estilo logra recuperar, en parte, la credibilidad de los ciudadanos en sus gobernantes.

       Pero la actitud del presidente Batlle va más allá, su particular situación en la política uruguaya lo ubica con una perspectiva diferente a la de otros líderes. Si su apellido no fuera Batlle, seguramente mucha gente habría olvidado que es un líder del partido Colorado. Su actitud, en general, es la de un presidente por encima de los partidos, lo cual no quiere decir que los ignore, pero sí que no se mueve como jefe de un partido que gobierna con el apoyo de otro. Esto genera que sus aliados se desacomoden en la medida que rompe con viejas reglas del juego político uruguayo. Así mismo, Batlle parece haber comprendido que este país no se gobierna sólo con blancos y colorados, que se requiere de algún nivel de acercamiento o de consulta con la fuerza que controla el 40% del parlamento. Esta no es sólo una estrategia para minar las fuerzas de la oposición, sino que representa una nueva visión del país, que resulta mucho más realista. Ya no es posible conducir este país desde la vieja óptica del bipartidismo blanco y colorado. No es sólo un problema de cuotas de poder parlamentario, supone un radical cambio de la población, donde casi la mitad no reconoce en los viejos partidos históricos a sus representantes. Buscar el acercamiento del E. Progresista en todos los temas donde ello sea posible siempre será positivo, tratar de incorporar algunas demandas de la oposición a las leyes de urgencia representa un buen camino, que la intransigencia corra por cuenta de otros.


Por: Juan Carlos Doyenart
Publicadas en El Observador - 04 de noviembre de 2000


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