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Marchando la cosa
Muchos pasajeros de un rato largo de omnibus por semana, usuarios de alguna que otra portera que se abre (y enseguida se debe cerrar para que se no escapen los bichos), los habitus de noches y tardes de boliche de pueblo. Gauchos de ayer y de hoy que van y vienen. Todos tienen algo que decir, y como no manejan blog alguno... les hacemos la gauchada.
 
Un verdadero drama



Dino Cappelli



Mucho se ha hablado de la injerencia de Botnia en el medio ambiente, y en el ambiente entero, de Gualeguaychú y su microclima. Protestas ambientalistas, cortes de ruta, abogados, apelaciones y alegaciones en La Haya.

Pero Botnia es apenas la parte visible del iceberg que flota en el océano de la forestación. Botnia es Stora Enso y es lo que antes era Ence, y es Eufores, y son las distintas madereras que pululan y conviven en el Uruguay de hoy que será el Uruguay de mañana, porque el negocio pinta para seguir de largo por varios gobiernos más.

El negocio es tan bueno para unas partes y para otras, que aquello que fue bandera colorada de Batlle antes fue bandera blanca de Lacalle, y más tarde –hoy- es la tricolor frenteamplista.

Lo que antes era malo, hoy es bueno. Y en eso hay coincidencias múltiples. A tal punto que Vidalín apoyó su precandidatura presidencial en las conversaciones con la multinacional sueco finlandesa Stora Enso. Y luego vino Arauco desde Chile y se embaló con las adquisiones, arrendamientos, plantines, plantaciones, montes, pinos, eucaliptus, celulosa, plantas de tratamiento, y otras patas de una silla que es la silla donde se depositan los huevos de oro.

Pero muy pocos han visto el árbol, pues todos miran el monte (y nunca menos expresado en sentido figurado que en este caso). Y el monte tapa la visual y encierra en sí mismo un drama que debería ser atacado como corresponde por el Ministerio de Vivienda, o su correspondiente en el reino animal.

A tal punto es dramática la situación contraída por los montes nacionales desde que cayeron los últimos eucaliptus originales, que las perjudicadas andan alborotadas. Reuniones en un lugar y en otro, traslados alocados. “Esto está más conversado que un partido de truco” comentaron algunos observadores.

Si bien no tienen gremio formado a la vista, su lucha debería ser reconocida y comprendida por las distintas gremiales, y pienso en Fucvam como una posible zona de reclamos y planteamiento de la plataforma.

Lo que antes era terreno propio y obtenido así por designio de la Naturaleza, hablo de la madre de ella, ahora se ha perdido a partir de la introducción de esa manía de plantar varejones más que árboles. Porque esos montes ni siquiera tienen hojas, apenas un palo erguido y mirando hacia el cielo. Largo y fino como tronco de eucaliptus. Y entonces ellas, las perjudicadas, no encuentran consuelo ni hogar.

¿Dónde instalar la casa propia?. ¿Dónde el espacio para el techo propio?. Los materiales están al alcance –como siempre- pero no hay sitio para acomodar las jergas. Entonces los debates se suceden y son escuchados a simple oído desde cualquier parque o campo lindero.

Ellas, y siempre hemos estado hablando de las cotorras , no tienen donde vivir.

Los montes ya no son montes, son una escuálida muestra de palillos –uno al lado de otro con solución de continuidad- que muy pronto pasarán a convertirse en hojas para imprimir que serán utilizadas por alguna Epson Stylus en San Petersburgo, lejana plaza rusa donde a muy pocos les importa la vida de las cotorras verdes entre Molles de Timote y el arroyo Castro.

Generalmente los dramas animales se vuelven dramas humanos, o al menos punto de acercamiento entre la lucha ecológica y los intereses económicos de aquellas empresas que necesitan lavar algún dinerillo. Pero entiendo fácilmente que es mucho más rentable el oso panda y las ballenas francas y el apareamiento de las tortugas gigantes de Galápagos que la incipiente pérdida de hogar de las cotorras verdes en el Uruguay natural (que para colmo son plaga y fueron perseguidas –no por la dictadura y no por la Inquisición- sino por las administraciones municipales que pagaban hasta $ 40 por nido envenenado).

Y claro, seguramente tampoco es motivo de preocupación en Constituyente o en Avda. Brasil, pero a mí realmente me tienen enloquecido con mi ventana que da al campo. Allí andan, revoloteando y cotorreando, todo el día, preocupadas, porque la forestación les ha quitado el espacio vital. Y el MVOTMA mira para otro lado, como muchas veces pasa. Y tampoco tienen créditos para construir en algún terreno que les done el gobierno. En definitiva, un verdadero drama de las cotorras, que afecta al cotorro por ende.




 

La capital del suicidio

Dino Cappelli



Vivo en un pueblo que lidera la peor tabla de todas, la de los suicidios. Vivo en un pueblo que cuando está gris, pareciera que invita al árbol, a la cuerda, al disparo. Se quitan la vida los jóvenes, los viejos, las mujeres, los hombres. Casi niños y casi ancianos, no encuentran la forma de resolver sus problemas y los dejan de costado.

Vivo en un pueblo donde los adolescentes no llegan a jóvenes, y donde hasta los veteranos de 80 años se limpian el cachimbo.

El martes estaba en el centro, en la principal calle del pueblo, y la gente comenzó a quedarse quieta. Se bajaron de sus bicicletas los que iban en la dirección opuesta, se quitaron los sombreros los veteranos. El almacén y los almacenes bajaron sus persianas. La señal de respeto duró los cinco minutos que duró el cortejo fúnebre rumbo a los pinos. Apenas pasó la última camioneta, el mundo volvió a andar.

La madre del joven ahorcado, apenas levantaba la vista. El padre miraba un punto fijo allá adelante. Los amigos y amigas del joven, apenas 18 años, miraban hacia adentro y trataban de entender cuando Valentín hizo click. No entienden como no entendieron las señales, y se reprochan eso.

Las causas van desde los romances maltrechos, la falta de oportunidades estudiantiles, la pérdida de trabajo, las deudas. Pocos casos de suicidio por enfermedades incurables –esas se sufren hasta el final, sin más-.

Los suicidios en la capital de los suicidios tocan de cerca a pobres y ricos, a recién recibidos y a aquellos aún por recibirse.



Los que estudian los casos aseguran que mucho de culpa pasa por la falta de actividades en un pueblo del interior que, como todos, carece de éstas. Pero tienen más que en nuestra época, dice el veterano.

Y tiene muchísima razón.

Ya no basta Facebook, MSN. No alcanza el ciber ni el Wii. Los encuentros son tan virtuales que falta aquel contacto de piel y ojos mirar, el que podía resolver más que una depresión. Ahora es tanto difícil saber de depresiones o estados de ánimo, a excepción de aquel que utiliza como Nick “estoy aburridooooo†o “no puedo masssss….â€.

Los puntos suspensivos pueden ser sinónimo de cuerda, de puente al vacío, de oscuridad absoluta.

El joven no busca el aire libre –que sobra- ni el sol –que cae a raudales-. No basta el partido de fútbol cinco ni la plaza ni el mate en el centro. Nada alcanza.

Y se suman los días entre semana agobiantes, demasiado lejos del sábado y su diversión. “Todavía faltan cuatro días pal sábado†escribió un chico en su Facebook, y se refería a cuatro días de “no hay nada pa hacerâ€.



Entonces la capital del suicidio, mi pueblo, pierde a su gente detrás de la autoeliminación. Y los que intentan algo chocan contra las decisiones frontales de los autores.

Y la mirada de la madre sigue clavada en el piso cuando el auto llega al cementerio, cuando despide a su hijo que se hizo ir sin despedirse. Y el padre seguirá sin entender porqué aquel niño que un día fue, un día decidió no ser más.

Porque para colmo de males, el que se va se lleva sus secretos, y deja más incertidumbres que certezas a los que quedan. ¿Qué precisaba?, ¿Por qué no lo habló con nosotros?, ¿Cómo no nos dimos cuenta?.

Las respuestas, siguen flotando en el viento.






 

En la tierra de los doble apellidos
Los orientales de este lado del planeta siempre hemos tenido un gran respeto por los prohombres, definidos como aquellos que dejaron una impronta en su actividad (léase, aquellos que tenían algo de guita y donaron parte de la misma para alguna obra). Es así que las calles son nombres personales y propios de los protagonistas de nuestra historia, y los gimnasios también. Las plazas recuerdan a próceres –eso es un poco coincidente entre capital e interior- y los parques se acuerdan de las batallas èpicas, como Las Piedras o Sarandí.

Los presidentes también tienen su espacio en el nomenclàtor de los pueblos, y mientras en un lugar son más blancos, en otras tierras son más colorados (cabe aclarar que el triunfo de la izquierda es tan reciente que aún no se han incorporado los Tabaré Vázquez ni los Danilo Astori ni los José Mujica a los nombres de calles). Obviamente tienen que estar muertos para estar en letra de molde, ni siquiera enfermos vale, sólo cuando reposan en el hotel de pinos, tenés derecho a nombre de calle.

Aaa claro, a medida que pasan los años de fiambre, aumenta considerablemente la posibilidad de que las juntas locales y departamentales elijan tu nombre y apellido. Una muerte reciente no amerita, si data de años, aumenta tu porción de mármol y recuerdo.

En eso los pueblos y las ciudades tienen similitud. Pero donde le echo a los pueblos y ciudades del interior a cualquiera, es en materia de nombres de estadios de fútbol.

Por alguna extraña razón que alguien algún día explicará científicamente, las canchas y estadios lucen orgullosos un nombre… ¡¡¡ y dos apellidos !!!.

Sí. Dos apellidos.

No hay Martínez. Hay Martínez Monegal. No es Martínez. Es Martínez Laguarda. No es Burgueño. Es Burgueño Miguel. No es Paiva en exclusiva. Es Paiva Olivera. Y si el hombre no reviste un apellido ilustre, se le ponen ambos nombres. No es Octavio. Es Silvestre Octavio. Y después viene el Landoni como apellido (entonces se compensa).

Si te fijás detenidamente, podrían ser nominados en recuerdo a epopeyas deportivas, a triunfos, se podría recordar a equipos, a clubes, a jugadores. Pero no. O son intendentes o son benefactores o son dirigentes que en la mayoría de los casos jamás pisaron el césped de “su” estadio.

Entonces se suman Samuel Prilliac, o Mario Sobrero, u Omar Odriozola, o Raúl Goyenola. Por suerte en Artigas es Matías González, que se le reconoce buen fútbol y buenos triunfos en la cancha.

Lejos estamos en los pueblos de Uruguay adentro de los Defensores del Chaco, o del Centenario, o La Bombonera o Nacional o Monumental o Maracaná, u Olímpico. Lejazo. Acá en la tierra del pasto dejamos en el recuerdo a los grandes prohombres de los escritorios del fútbol aunque los jugadores y sus goles brillen por la ausencia.

Como parte de la idiosincrasia, vaya y pase. Pero se complica a la hora de decidirte a ver el partido entre Santa Bernardina y Juvenil, en Durazno. ¿Vamos pal Silvestre Octavio Landoni? O en San José, cuando Río Negro y Tito Borjas se deciden por su enfrentamiento. ¿Dónde es? En el Casto Martínez Laguarda.

Doble apellido, porque es más importante, y porque nadie aún me ha explicado el por qué.




 

Esa vieja ciega y además estúpida

Como trabajador dependiente soy bien conciente de los beneficios que ofrece ser trabajador, y como empleador soy bien conciente –en el exactamente mismo grado- de los beneficios que conlleva ser trabajador. Siempre está latente el despido con su monto voluptuoso de dinero (ni pensar si aparece alguna causa injustificada, por favor !!), la posibilidad de acuerdos para acrecentar aquella cifra inicial, los juicios por no aportes y demás cantidad de etcéteras que se acercan al mito no mito de “el trabajador siempre tiene las de ganar”.

Si bien se todo eso y más al respecto de leyes laborales, no creo saber por qué la razón debe ser del trabajador aunque no la tenga. Y peor aún. La Justicia no debe fallar a favor del trabajador per se siempre, y no debe tratar de ser tan aplicada a las normas al punto de convertir una situación anómala en algo insostenible. Yo siempre pensé que las cosas y situaciones y conflictos y demás se deben interpretar más desde un punto de vista lógico y humano, porque la letra fría a veces se transforma en congelante.



Detallo. La situación se suscitó en un tambo del departamento de Florida y cobra trascendencia a partir de lo que hemos publicado diversos medios del país. Una buena mañana, un empleado del establecimiento… pero mejor lo resumo a manera de conversación de boliche, grappa por medio. Esa mañana…



- Resulta que el patrón se levanta y se encuentra con una inspección en el tambo, era del Ministerio de Trabajo. La había pedido el empleado, que es del sindicato… lo levantaron en la guasca al loco, le dieron mas vueltas que a una oreja

- ¿Y tan mal estaba el tambo?

- Yo que se, pero resulta que el colchón de los empleados no medía lo que tenía que medir, los aportes parece que no eran del total de lo que cobran, esas cosas…que el tambo esto, que la instalación elétrica, que pin y que pan…

- ¡¡Pero eso pasa en todos lados!!



Ergo, multas por todas partes, citación a conciliación, intimación de pagos. El tambero se calentó tanto allí mismo que lo despidió al empleado, allí mismo, en las narices de los inspectores. El resto es historia periodísticamente conocida. Un juicio en Florida con varios abanderados –el caso del Pit Cnt que lo tomó como propio-, el peón que estaba afiliado al Sindicato y eso lo vuelve intocable, un juez que toma notoriedad marcando jurisprudencia y antecedentes en materia de leyes laborales rurales. Y varios etcéteras,

En mi caso no me corresponde ni quiero juzgar si el tambero estuvo bien o mal (de hecho se arrogó un derecho que tiene, que es despedir a uno de sus empleados) o si el peón estuvo bien o mal (de hecho se arrogó un derecho que tiene que es reclamar por sus derechos y solicitar una inspección laboral del MTSS). Eso está claro.

Lo que no entiendo ni nadie me puede hacer entender, menos aún la negrada del boliche con la grappa de por medio, es que la Justicia conceda el fallo que concedió. ¿No lo sabe?. El tambero debe retomar a su empleado, que a su vez seguirá viviendo en la finca ubicada a escasos metros de la casa del patrón. Las puteadas y las declaraciones de radio y las denuncias y todo deben o deberían quedar de soslayo. El tipo debe seguir pagándole el sueldo a alguien que no quiere en su plantilla, y el tipo seguirá viviendo en una finca que sabe –a ciencia cierta- no debería pertenecerle. Una macana, por todos lados.

Insostenible la situación para uno y otro, la Justicia y sus voceros se han lavado las manos y las leyes y vuelven a su pedestal de infalibilidad. Lo que suceda en el campo de aquí en más será objeto de supervisión y seguimiento bien de cerca. De practicidad, ni hablamos.

Por eso entiendo que cada vez está más vieja y estúpida, por eso debería rejuvenecerse. O nacer de nuevo, y hacerse más humana y práctica. Mientras no se cual de las dos partes tiene la razón, nos pedimos otra grappa en el boliche.






 

El pueblo que no tenía cartonero y un día lo tuvo
Cuando Correa apareció en el pueblo, todos pensaron que sería uno más de tantos desocupados. Desalineado, con varios botijas, pronto comenzó a ser asiduo e interesado visitante al Comedor de INDA. Cola desde las 10, almuerzo desde las 11. El hambre golpea más de noche, y eso no lo pueden entender aquellos que critican a los que comen bien temprano, “más antes que todos”, como dijo Velazco

Cuando Correa apareció en el pueblo, todos pensaron que sería uno más de tantos desocupados. Desalineado, con varios botijas, pronto comenzó a ser asiduo e interesado visitante al Comedor de INDA. Cola desde las 10, almuerzo desde las 11. El hambre golpea más de noche, y eso no lo pueden entender aquellos que critican a los que comen bien temprano, “más antes que todos”, como dijo Velazco.

Con el almuerzo casi gratis del comedor se tira hasta la tarde, hasta la hora de la galleta que siempre sobra, del mate lavau.

Correa de negro, la mujer de lentes. Barbas de muchos días y pelo de muchos años. Eran uno pese a que eran dos, caminando la calle del pueblo con una botijada detrás que de tantos, nunca se sabía cuales eran propios y cuales ajenos.

¿Y de qué viven?, se preguntaban las-siempre-interesadas-pero-nunca-preocupadas.

De algo que les de la gente, siempre aparece un roto pa un descosido, comentaban como tono de respuesta.



Correa y su mujer y sus hijos –porque a diferencia de otros salarios no son Los Correa- no tenía oficio conocido. Un carro y un caballo, un rancho de chapa y algo de madera en las afueras del pueblo. El campo del vecino como alimento pal podrido, y poco más. Sin pertenencias, los gurises chicos eran afines a la escuela y especialmente a su comedor. Las moñas hechas moco, la túnica negra de tanta mugre y las peleas con los gurises del otro lado de la ruta como hecho cotidiano.

De a poco se supo algo más de aquel cristiano que había llegado no se sabía de donde. “Antes eran de acá, el padre era de acá” largó alguien el comentario. “Tas loco vo !!” contestó otro alguien, desechando la posibilidad. Correa llegó del Sur, capaz que Montevideo o quizás que Canelones. Se integró a la geografía de barrio y de pobreza, y no desechó entre tanto baldío mugriento.



Pero un día…



Nadie sabe afirmar quien fue el primero que escuchó el carro, pero alguien fue y se asomó a la ventana. El carro iba delante, y Correa detrás. Empujaba y a la vez conducía, porque mantener aquella montaña de cartón en su sitial después de tanto pozo, no era tarea fácil. El carro buscaba basura, y su conductor la encontraba. Revolvía con la mano, quitaba la basura y recogía el cartón. Viejas cajas, cajas viejas, todo se integraba a la montaña de residuos que se alejaba del pueblo rumbo al baldío, rumbo a la casa de Correa.

Fue un día, y otro. Y al siguiente Doña Chocha, la esposa del rengo Gómez, salió a tirar la basura y la ordenó como nunca antes. Por un lado las bolsas blancas, por otro dos cajas de zapatos viejas, que pese a estar achatadas aún conservaban la marca y algo de su destino original. Y después fue la Coca, la dueña del quilombo, que ordenó tirar los cartones que recubrían las paredes “porque ya estaban viejos, podridos”.



Y así Correa supo vivir del cartón, y sabe vivir pese a que las economías globales le tiraron abajo el precio del producto, pese a que le pagan apenas $ 4 el kilo. Pese a que no junta más allá de 90 pesos por día.



Y el pueblo entero supo que aquel pueblo ahora tenía cartonero. Tanto como celulares, antenas, cajero automático, empresa de seguridad. El pueblo entero supo que la pobreza va de la mano con los adelantos, o viceversa.






 

Un cura de ayer
Desde niño profecé la creencia religiosa con tendencia a la fe Católica, Apostólica y Romana, tal como nos enseñaron en la escuela laica, gratuita y obligatoria (esto de tres adjetivos para cada elemento algún día ameritará una revisión de la Real Academia, supongo) y esa orientación primó en mi educación.

Desde niño profecé la creencia religiosa con tendencia a la fe Católica, Apostólica y Romana, tal como nos enseñaron en la escuela laica, gratuita y obligatoria (esto de tres adjetivos para cada elemento algún día ameritará una revisión de la Real Academia, supongo) y esa orientación primó en mi educación.

Cristiano, de bautismo, comunión y confirmación. Ya cuando tienes edad de discernir con primacía en tus decisiones sobre las de tus padres, no reniegas pero te alejas de los templos y de su rector, don Dios. Y a medida que aumenta tu independencia de pensamientos y acciones, se corporiza el hecho de que algún Dios debe andar a la vuelta, o en la vuelta. Y cada vez desconfías más de sus representantes en la tierra. Es decir, los curas.

Ni todos tan malos, ni todos tan buenos. Historias de curas y monjes y monjas tengo muchas. En los pueblos pequeños del interior el cura tiene tanta o mayor autoridad que un comisario o un juez, mayor magnetismo que un edil o un diputado y tanta tarea comunitaria como el más socialista de todos los socialistas. Es el mismo cura que es invitado a cumpleaños y fiestas. Lo invitan a los casamientos, y concurre aunque sea un par de horas. Participa en comisiones sociales, a veces es rotario o afín al Club de Leones. Los he visto organizando actividades deportivas con niños y jóvenes, inclinados sobre una pala y en tareas culturales.

Confío más en los curas viejos que en los jóvenes. Y me lo confirmó un Obispo el domingo. “Cuando alguien se ordena Sacerdote a los 45, 50 años, seguramente lo hace porque tiene muy claro que quiere ser párroco”. Y tiene razón.

Este 2009 fue declarado el año sacerdotal por parte del Papa Benedicto XVI. En lo personal nunca pensé que esa decisión papal me motivara a escribir algo al respecto, pero cuando el sábado homenajearon a un cura de pueblo, en su pueblo, me aventuré en estas lides.

Es el mismo cura que luchó por viviendas de Mevir para la zona, y las logró. El mismo que dio clases a privados y públicos, y que años más tarde se le dio por pintar. Y pintó y pintó.

Es el típico cura viejo, de pueblo, alejado de la sotana constante pero afín a la palabra de Dios. El típico cura que me inspira respeto, que inspira bondad, bien alejado de algún bufarrón que cada tanto aparece en estas tierras de sol naciente y poniente. Sin embargo esos curas viejos y alejados de las decisiones, pero cercanos a la doctrina más pura, terminan sus días de cura en el más lejano anonimato. No llegan a Obispo, no llegan a nada. Lo suyo es Dios y su rebaño –felizmente- y no les interesa lo burocrático.

Como el caso del Presbítero Roberto Julio Nieto Aranguren. Cura montevideano, ordenado sacerdote en los noventa y delegado a un pequeño pueblo del interior del Uruguay. Cuando su Dios lo alejó de la salud lo acercó aún más a sus fieles, a su parroquia. Y el fin de semana le organizacon un homenaje en el que estuvieron todos (al menos algo bueno, un homenaje en vida).

Hubo torta y lágrimas, papelitos y canciones, niños y adultos, Vidalín y Scarrone, el Obispo que se fue y el que vino, hombres y mujeres, bombo y guitarras. Hubo aplausos y periodistas, fotos y cámaras. Fue una misa más que no quedará como una más. Fue un rito especial donde Dios apareció como ausente, apenas integrado en su cruz y sufrimiento. Fue una misa con sensación de realidad, donde importó más el hombre que está en la tierra que aquel que está en el cielo. Una misa concéntrica en torno al Padre Roberto, ese viejo lindo para el cual pido un poco más de salud que aquella que posee hoy en día. Y quizás algún Dios, el de él o el mío, escuche y colabore.




 

El dardanismo de la información
Una desconocida, mujer, de 41 años de edad, floridense, es la mujer del momento en Uruguay. Y si vamos un poco más lejos, en el Río de la Plata, con la extensión de fronteras que ello supone.

Se llama Jacqueline Dárdano, y vive en la ciudad de Sarandí Grande (departamento de Florida), donde además de conducir el programa radial “A quien le importa” en la radio comunitaria 105.9, también atiende un autoservice. Y en sus tiempos libres es madre, y escribe libros, y es edil y ahora preside la Junta Departamental de Florida.



Un día el diario La República la entrevistó a partir de su corresponsal en Florida, Emilio Martínez Muracciole, y un mes más tarde publicó en doble página del suplemento Comunidad la citada entrevista.

Lo primero que destaca son dos fotos, ambas sugestivas y apostando al cuerpo de Jacqueline, a su forma de vestir y de lucir. Luego, en el texto, se apela a otros atributos de la dama, como el hecho de lucir escotes en la Junta Departamental, de la atracción que genera (por ello mismo) en ediles opositores y oficialistas, de sus años mozos vestida de rubia o de morocha, de sus tareas en tambos de la zona, del uso del taco aguja, de amigas avergonzadas.



A partir de la nota en el matutino se generó una suerte de “dardanismo” en los medios. Papel, radio, televisión, web. Todas las empresas periodísticas cayeron a los pies de la rubia, siempre la foto por delante. Mucha pierna, mucho escote, mucha mujer. Poco se decía por allí de los libros escritos y publicados. Poco o nada de su labor periodística. Nada del hecho de ser edil y mujer y resultar electa como presidenta de la Junta legislativa de su departamento con los votos de la oposición. Poco o casi nada del hecho de que los propios ediles del Frente Amplio la rechazaron, no la saludaron, la despreciaron. Nunca se dijo que la edila lloró de tristeza al asumir, porque los ex compañeros del MPP se pararon y se fueron de sala.



Los medios cayeron en la fácil. Gambas, escote, tetas, sexo. Ni más ni menos que la colita de Pavlov y de Sigmund metiéndose en la agenda informativa. Los colegas llamando para saber “un poco más” de la vida cotidiana de Jacqueline.

Y mezclados como en el tango, bien revueltos y manoseados, estaban los canales abiertos y los diarios de oposición, los medios cercanos al poder y los que están un poco más alejados. Creo que la blonda aprovechó el boom para informar lo que es, lo que hace, lo que piensa hacer. Saber que estaba siendo utilizada y utilizar a los medios, fue todo uno.

Y la pobreza franciscana de generar contenidos originales, atractivos, reinó una vez más en el campo periodístico nacional, y quedó demostrado que siempre vende más un culo que la inauguración de una fuente de trabajo. También en Uruguay, ese país culto del 100% de alfabetización.



 

Un voto es un voto
Pedro cruza la calle y mira para ambos lados: no viene nadie y cruza. Son las 9 de la mañana y, el tránsito a esa hora no existe mas allá que camionetas embanderadas, delegados que vienen y van, listas al viento de la mañana. Pedro tiene 54 años y, desde que enviudó -hace unos 8 años- las soledades del domingo por la mañana se mitigan con el diario, los amigos del kiosco y mucho fútbol. Este 28 es distinto, se alivia con elecciones internas y su compromiso colorado.

Alicia no vive en el pueblo desde hace 15 años, pero cada vez que puede, viene. En este caso no se precisaba demasiada excusa para visitar a su madre y sus dos hermanos más chicos. Es domingo de elecciones y, reservó asiento con tiempo en el ómnibus del viernes de noche. Un fin de semana en familia, con votos comprometidos al Frente Amplio y al Socialismo. Alicia también está por cruzar la calle y ve en la otra esquina a Don Pedro, el vecino de su mamá, ese veterano elegante que siempre quiso para su madre desde que ésta se quedó sola… y hace de esto más de cinco años de irremediable espera del regreso.



Joaquín es digno hijo de otro Joaquín. Con 30 años menos -con apenas 18-, está nervioso. No sabe si es por la semifinal del miércoles –ya tiene la entrada, el gorro, la bandera y el pasaje hacia la capital- o porque por primera vez entrará a un cuarto secreto. No quiere saber nada de responsabilidades, de tiempos sin votar de otros uruguayos. A él le importa que su amigo resulte elegido convencional, que pueda trabajar por reconquistar la Intendencia para el Partido Nacional. Le prometió el voto hace meses y ahora cumple. Va en moto a la escuela, a votar, y frena porque cruzan la calle Don Pedro y una mujer que apenas ha visto un par de veces, que sabe que vive en Montevideo pero que es del pueblo.



El auto frena obligado, pero el apuro le agrega impulsos a la razón. Carlos es delegado blanco y está retrasado. Debe aún recoger cuatro votantes del barrio de Mevir, debe devolverlos a sus hogares. “Todavía me falta pasar por lo de Araújo, quedé a las 11 y son las 10 y media, ya, la gran puta” piensa Carlos. Frena porque la cantidad de gente a esa de la mañana aumenta a cada minuto, por suerte, cuando afloja un poco el frío maldito del domingo. Frena porque cruza una moto con un guacho, además en la esquina está Don Pedro y esa mina que vino de Montevideo, que dicen que es blanca pero no creo…



En la esquina convergen todos los votos, todas las voluntades, todas las edades. Es el único momento en que un voto es un voto. En que se igualan edades y razones sociales, hombres y mujeres, viejos y no viejos.



El momento en que frena la camioneta, en que cruza la moto, en que atraviesan la calle el colorado y la frenteamplista. Un voto es un voto. Y se respeta en el pueblo.



 

The last asau
La religión sigue siendo la misma, exactamente la misma, que hace 20 años atrás. La diferencia radica en la periodicidad del encuentro. Aquellas tertulias en torno al fuego dejaron de ser quincenales y se convirtieron en “cada vez que se pueda”.

Lógicamente que todos los protagonistas entienden que no es un tema solamente económico el que impone sus reglas de mercado y posibilidad, también ahora pesan los años, la familia, los muchos hijos venidos y por venir, el trabajo y las malditas responsabilidades que implica ser grande, o al menos más grande que hace 20 años.

Cuando antes la concertación era cara a cara, ahora prima el mensaje de texto, el mail o el encuentro virtual en chat o Facebook. La contienda se pacta para el viernes, sobre las 9 de la noche. Antes se debió programar una serie de aspectos que harán posible el pleno disfrute del convite. Que los más chicos a la casa de la abuela “porque si vos podes salir yo también tengo derecho a reunirme con mis amigas” promueve la equidad de la patrona, que el auto queda para ella y que otras cosas más…

Todo dispuesto. La carne ya está comprada, se consiguió un medio tanque con rueditas y la leña no es mayor problema, porque sauces cortados hay a patadas en esta época del año. “No estará medio verde?” pregunta alguien, siempre complicado. No te hagas problema, se hace solo, responde el siempre optimista que nunca debe faltar en barra que se precie de tal.

A las 9 de la noche, todos presentes. El motivo es que el programa de radio cumple dos años. Cualquier motivo siempre es válido para un asado, pero si el motivo es real… mejor aún.

El medio tanque móvil, creación maravillosa del ingenio de Pistón, rueda por pleno centro sobre la vereda que da a la vía del tren. A esa hora el humo de aquella leña cuasi verde se confunde con la niebla que puebla el pueblo. Es tiempo de vino cortado –un tinto rasposo con el refresco más barato del mercado- y de miles de millones de anécdotas ya conocidas y perfeccionadas en cada oportunidad.

Una hora después se tiran las carnes sobre la parrilla. El infierno aún no ha calentado – al fin la leña estaba verde nomás- pero poco importa, en definitiva otorga más tiempo de charla y previa. El vaso lleno comienza a recorrer la rueda, y de política se salta a fútbol, y de los indios averiguaré a los bares de mala muerte de San Gregorio del último verano.

Cada una de las pocas persona que pasan por el centro del pueblo, a esa hora, miran aquel extraño combo y sienten envidia. Es amistad convertida en fraternidad, es un asado hecho realidad aunque sea 20 de mes. “Parece mentira, no hemos cobrado el aguinaldo y tenemos asado” grita uno, a esa hora de la medianoche sobregirado en decibeles si tenemos en cuenta las cercanas presencias de sus escuchas. La broma se festeja, y el vino se duplica por arte de magia. Surgen botellas de allí abajo, y la radio desgrana la grabación de los mejores programas del ciclo.

No hay chance, es el último asado del mes, al menos del mes. En julio habrá tiempo y espacio y pretextos para otro, pero este se aprovecha como si fuera el fin del mundo. Felizmente sigue siendo el motivo por excelencia de reunión, en la tierra de las vacas ajenas, el asau sigue siendo nuestro. Bien nuestro.






 

"Ni los padres...."
Hay varios que hacen un gol y miran hacia la tribuna, y no encuentran aplausos ni ojos compinches. Buscan en las tribunas, y no hallan el gesto amigo. Ni el padre ni la madre, ni el abuelo. Nadie, entonces lo grita solo con sus compañeros.

Un total de 22 niños dentro del campo de juego, corriendo de un lado para el otro detrás de la pelota. Once niños, todos menores de 16 años de edad, haciendo deporte. Un total de 22 jugadores dentro del campo, y unos 10 fuera del mismo esperando su turno para entrar, aguardando la orden del DT para comenzar su aventura.

Son chicos que están alejados de las drogas, de la desidia, niños que tomaron para sí la responsabilidad de concurrir a un entrenamiento y a un partido, de aceptar responsabilidad y fundamentalmente disfrutar de un juego.

Pero de esos chicos, hay varios que hacen un gol y miran hacia la tribuna, y no encuentran aplausos ni ojos compinches. Buscan en las tribunas, y no hallan el gesto amigo. Ni el padre ni la madre, ni el abuelo. Nadie, entonces lo grita solo con sus compañeros. Después, cuando termine el encuentro, también se irá solo para su casa. Allá contará –si es que alguien le pregunta- que jugó todo el partido, que ganó, que hizo un gol. Y pensará que no debe ser una situación ideal la suya, pero es lo que le tocó en suerte. Y sabe que también lamentablemente, los padres y las madres no se pueden elegir, vienen incluídos en el combo de la vida.

El partido de referencia se jugó un domingo de estos, por la mañana, en un pueblo del interior del país. Pero sucede a menudo, cada día, sin importar el grado de importancia del encuentro o de los rivales. El partido al que asistimos tuvo un total de 22 personas en las tribunas, algunas de estas dentro de los autos. Apenas 22. Del total, había núcleos de 4 personas que estaban allí por un único niño, lo cual dice que muchos chicos fueron solos, y se fueron solos mientras estuvieron solos durante los 90’.

“El baby fútbol y el fútbol juvenil es como una gran guardería, y gratuita” dijo alguien un día, y tiene toda la razón. Los padres acompañan en los primeros años de la vida deportiva del chico. Pero luego, cuando el uno y el cero se juntan, los dejan al libre albedrío de lo que consideran es una etapa que no precisa ni de apoyos ni de atenciones.

Como solos van a los entrenamientos, también solos juegan y más solos festejan o lamentan.

Los padres no acompañan, y no hay remordimiento alguno ni excusa mayor. Porque un domingo al mediodía, seguramente no hay opciones laborales que impidan la concurrencia a la cancha, ni motivos. Seguramente son los mismos que luego se quejan de suicidios, de abandonos estudiantiles, de desidia, de borracheras o peores estados de droga. Capaz que ellos luego lamentan tantas horas en la plaza, en el centro, tantos cigarros y tantas cervezas. Pero luego será demasiado tarde.




 

¿Dónde están los borrachos?
Fito y Sabina le cantaron odas a los borrachos. Dijeron que la canción de los buenos borrachos era como un himno de los en pedo. “La canción que atropella los tachos, llenos de basura, de la capital. La canción de los buenos borrachos, que de madrugada vuelven al hogar, la cantamos los malos maridos cuando en el olvido, pensamos en ti”. Eran otros tiempos, o al menos otros borrachos.

¿Dónde están los borrachos?



Fito y Sabina le cantaron odas a los borrachos. Dijeron que la canción de los buenos borrachos era como un himno de los en pedo. “La canción que atropella los tachos, llenos de basura, de la capital. La canción de los buenos borrachos, que de madrugada vuelven al hogar, la cantamos los malos maridos cuando en el olvido, pensamos en ti”.

Eran otros tiempos, o al menos otros borrachos.

La verdad, pura verdad, que no había reparado en el detalle, pero es cierto y bien cierto. Días atrás, cuando estaba de noche y la barra de una cantina era mejor apoyo que cualquier otro afecto, un semi borracho me lo hizo notar. La pregunta surgió de golpe, certera, demoledora. La grappamiel se detuvo en su giro, y el vaso quedó a medio camino entre el mostrador y la boca. ¿Viste que no quedan borrachos en el pueblo?.

Entre la duda de sonreír o quedarme serio, pensé. Pura razón le asiste al filósofo de las noches y los bares. No hay borrachos. Hice memoria de cual momento, cual de ellos, tenía en mi pasado un encuentro con alguien en pedo. Busqué… y la gran puta, no tenía alguno en los últimos tiempos.



Entonces el filósofo, ya con el resto del vino cortado a punto de ser sepultado por otro vaso, agregó más reflexiones.

No hay borrachos, pero no solamente no hay en los bares, no hay en la calle. Ya no manejan porque los multan y les quitan la libreta, no andan en bicicleta, no se maman ni siquiera en la calle. Los únicos que verás mamados son los guachos los fines de semana, pero hablo de otras mamúas, de las buenas….

Y seguía con asistencia de razón.

El último que recuerdo fue “El rojo” Laluz, un tipo que aún hoy sigue siendo “El rojo” pero ahora –a diferencia de los años ochenta y noventa- no me habla en mi ventana. Por entonces yo llegaba de madrugada y el tigre estaba sentado en el cordón de la vereda, casualmente justo frente a mi ventana. Verano, ventana abierta, luz por todas partes y difícil pa dormir. Máxime cuando el borracho hablaba. La locuacidad era tal que las palabras se apresuraban demasiado, y se amontonaban y no se entendían.

La charla duraba hasta las 11, según los cuentos de mi madre y mi padre, pero yo a esa altura ya dormía.

Desde ese borracho de marras, no hay más. Los bares se han despoblado de habitúes, y los cantineros declaran que el copetín no amerita una borrachera.

Pese a que Tabaré ordenó festejar, allá por el 2005, habitualmente no hay nada para festejar. Entonces las historias de borrachos dejan de ser contadas, porque no hay historias que las provoquen.

Y el solitario de la cantina pide otro vino y protesta, ya medio pasado de copas, porque no puede creer que todas las cosas buenas de antes se terminen. Como está pasando con los borrachos…






 

El cable del círculo, o un círculo de cables
El paisano –pero no tan paisano- llegó a la capital. ¿El motivo?. Una sencilla operación de su hija de 11 años de edad. Apenas dos días de internación y de regreso al terruño. Muy pocos bártulos, una mochila para ella, otra para la patrona, otra para él. Unos pesos locos “pues no es cuestión de gastar mucho, si nos vamos el sábado y volvemos el domingo –eso al menos nos dijo el d’otor-“, el auto con tanque lleno pa no tener que complicarse dando vueltas en Montevideo y poco mas.

El paisano –pero no tan paisano- llegó a la capital. ¿El motivo?. Una sencilla operación de su hija de 11 años de edad. Apenas dos días de internación y de regreso al terruño.

Muy pocos bártulos, una mochila para ella, otra para la patrona, otra para él. Unos pesos locos “pues no es cuestión de gastar mucho, si nos vamos el sábado y volvemos el domingo –eso al menos nos dijo el d’otor-“, el auto con tanque lleno pa no tener que complicarse dando vueltas en Montevideo y poco mas.

Sábado a la mañana, internación en el Sanatorio Juan Pablo II del Círculo Católico de Obreros, en Bulevar Artigas. Una habitación del tercer piso, una leve preparación de la paciente y el ingreso a la sala compartida. Como vecinos, una pareja con su pequeño bebé, recién operado. El llanto del chiquito, el consuelo de los padres y la televisión encendida.

Mientras el chiquito se calmaba y su hija no se calmaba –muchos nervios para la primera intervención quirúrgica-, el padre del bebé miraba la pantalla de la tele. En ella Manchester ganaba y era campeón de la Premier League, por Fox. Un aparato grande, adosado a la pared, nada de pantalla plana ni plasma, apenas un televisor común y silvestre.

A las 12 del mediodía la operación, apenas una hora de quirófano y de vuelta a la sala. Ya los vecinos se aprestaban a marcharse.



-Hubo cambio de sala, nos mandan para Pediatría, comentó el papá con el chiquito a cuestas.

- Bueno, mucha suerte, nosotros nos quedamos hasta mañana aparentemente que le den el alta, comentó el otro padre, el de campaña.



Intercambio de deseos de salud, de buena suerte, que nos vemos, que estamos en el mismo piso, aquí nomás.



-Te dejo el control de la tele, cambiá nomás si querés. Dijo el padre capitalino-

- Bueno, muchas gracias. Respondió el padre del campo.



Mientras la anestesia hacía de las suyas, el padre comenzó a hacer zapping. Hasta que aparece la vuelta olímpica de Deportivo Italiano en Argentina. “Otro campeón” pensó, fanático del fútbol.

De repente alguien pide permiso y entra. Un hombre joven, unos 20 y pocos años. Una libreta en la mano.

Disculpe, ¿usted va a mirar televisión?. Sí, en eso estaba. A bueno, entonces le vamos a cobrar… son 91 pesos. ¿Cómo que me va a cobrar?. Seguro, el servicio de televisión por cable cuesta 91 pesos por día. ¿Lo quiere?. No no, llévatelo nomás. Bueno, lo desconecto, cualquier cosa nosotros pasamos de mañana y de noche por cada sala. Hasta luego. Adiós.

Un minuto o menos para la charla, 10 segundos apenas para desconectar el control remoto. Un instante tan sólo para que la pantalla quedara a oscuras.



Iluso, el paisano pensó que al menos aparecerían en pantalla los canales abiertos de Montevideo, o el 4 o el 5 o el 10 o el 12. Buscó botones de encendido mas no encontró. Buscó alguna forma de ver televisión de la otra, de la gratuita, pero no encontró.

En eso la hija se removió en la cama, y dejó el tema en un segundo plano.



Al rato, cuando la anestesia daba sus últimos pasos, sacó cuentas. Una pieza, 91 pesos por día (seguía sin entender esa cifra tan rara, ni 90 ni 100. 91), un piso compuesto por 30 piezas, $ 2730 por día. Cuatro pisos, $ 10920 por día, a razón de que todos los allí hospedados tuvieran deseos de ver televisión como forma de sobrellevar un momento de dolor, de angustia o al menos no tan divertido.

Después siguió multiplicando en forma mental, porque para eso es bueno.

Un mes, $ 327600. Lo tradujo a dólares, U$S 13650. Lo paso al año y la cifra superó los U$S 173000.

Y como las cuentas le estaban superando el mediodía, y como la anestesia ya se había disipado, no pudo sacar más cuentas.

Pero a la noche, después de que todos los sonidos ciudadanos de Montevideo se calman y solo se interrumpen por el pasaje de los taxis, alguna que otra ambulancia o sirena, el hombre pensó que aquello no podía ser patrimonio exclusivo del Círculo.

Averiguó. Y tuvo razón. El Casmu cobra $ 89 por día.

Era mucho para el hombre, acostumbrado a las mutualistas del interior que te ofrecen la televisión por cable como una forma más de que sobrelleves un momento difícil.

Es mucho curro, pensó. Y pensando y puteando se fue durmiendo. Entre círculos de cable, comenzó a soñar que tenía un televisor encendido. Y pensó que marchaba la cosa para un negocio tan rentable como ese aunque hubiera un par de giles como él que no aceptaran la tarifa.




 

Cero pelota política
En los tiempos electorales que corren, hablar de miles de personas es cosa seria. Mujica, el hombre que para muchos será el próximo presidente de los orientales, no superó las 500 personas en Florida. Es el mismo candidato que no superó los 80 cristianos en un acto público y callejero en una ciudad de 6000 habitantes como Sarandí Grande.

Dino Cappelli



Hace pocos días se escribió que Mujica había convocado unas 1500 personas en Tacuarembó. Quizás no sorprendió la cifra en las huestes ciudadanas, pero a los que estamos campo adentro, nos llamó la atención.

En los tiempos electorales que corren, hablar de miles de personas es cosa seria.

Mujica, el hombre que para muchos será el próximo presidente de los orientales, no superó las 500 personas en Florida. Es el mismo candidato que no superó los 80 cristianos en un acto público y callejero en una ciudad de 6000 habitantes como Sarandí Grande.

Las ausencias –más que las presencias- generan debates internos y externos de los partidos políticos. Preocupación cuando diario El Heraldo de Florida tituló “escasa convocatoria” de José Mujica. Hubo críticas desde el MPP al cronista, pero en realidad la cifra no faltó a la verdad. No fueron 100, ni fueron 80. Fueron 60, y 20 de ellos aprovecharon la bolada para seguir rumbo al Pilsen Rock.

Pero no es patrimonio exclusivo del FA.



En los colorados los actos no superan las 150 personas, hecho constatado cuando José Amorín Batlle llegó al norte del departamento de Florida. Allí juega de local con Juan Justo Amaro y su lista 22, y no pudo superar el número techo. Ni que hablar de Bordaberry, que prefiere reunirse sin actos masivos y elige los domicilios de sus partidarios para los mitines.

¿Y por los blancos como andamos?

De mal en peor.

Lacalle reunió su plana mayor (Vidalín, Analía, Pancho Gallinal, Chiruchi, Brescia, Heber, etc etc), contrató batucada y pintó banderas. Armó la noche con la presencia del programa Código País de Canal 12. Resultado: no más de 200 personas.

Días mas tarde, el turno del Guapo. Larrañaga corrió la misma suerte, con menos prensa (y contratando casualmente a los mismos músicos capitalinos) y la misma plata invertida.



Hoy los tiempos dejaron de ser de comité. Se abren los espacios pero no hay clientes. Colorados y blancos, fundamentalmente, eligen viejas casas y casas nuevas para reparto de listas, confección de banderas, organización de pintadas nocturnas, pero no hay seguidores.

Pablo Lanz, edil colorado, aceptó la realidad y dijo que prefiere mandar mails, poner publicidad, crear blogs, antes que gastar plata en comités.

Pero otros siguen pechando contra el muro.

¿Marcha la cosa?, preguntó el Dr. Ignacio De Posadas en el comité blanco del barrio Viña, en una ciudad del interior del país. Primera visita en años, en décadas. ¿Quién es el que viene?, preguntó un distraído al ver el movimiento. Difícil explicarle la presencia luego de tantos años de ausencia.

El descreimiento, la indiferencia, la apatía, se manifiestan abiertamente en el interior del país.

De nada sirven los infladores en los comunicados de prensa. Signorelli no llegó a las 4000 personas en Artigas, y de allí en más todos son números redondos que los que vivimos aquí adentro, no creemos.

Si bien los espejitos de colores andan al acecho, los gauchos y los guachos usan lentes de sol, y no se encandilan tan fácilmente.





Va marchando, le respondieron a De Posadas. Por el hecho de contestarte algo, por ser cortés. Nada más.




 

¡Dale, Lucas, dale¡
Mete esa pata, no la saqués !! Ánimo, atisbo vuelto público de que el botija no “mete” lo necesario. Reprobación a la gestión deportiva del niño de 9 años de edad.



Dale Lucas, dale !!

Algo de emoción en la voz, arengando.



Mete esa pata, no la saqués !!

Ánimo, atisbo vuelto público de que el botija no “mete” lo necesario. Reprobación a la gestión deportiva del niño de 9 años de edad.



Daleeee, pegale fuerte, no le tires esa masita.

Reprobación total, consejo fuera de lugar, intento de ridiculizar al pequeño ante sus pares y algo más de 100 personas que asisten al espectáculo deportivo.



No te puedo creer, mirá que el gol que erraste.. Pegale fuerte, cambiasela de palo, se la tiraste al segundo palo, no podes…

Directamente no hay metáforas. El lenguaje crudo pega en el cabizbajo niño, casualmente hijo del gritón.



Por suerte minutos más tarde terminó el partido de baby fútbol, generación 2000. Los chicos de apenas 9 años se saludan en el centro del campo de juego. Terminó un partido más de baby fútbol, y el alambrado apenas resistió las patadas, los embates, los driblings y cabezazos del padre. El mate y el termo son apenas un recuerdo de la mañana de domingo. Quedaron sobre la tribuna, en la primera fila de bancos. La mujer se fue hace rato, avergonzada. Salió del estadio, y espera paciente allá lejos. No ha podido con el carácter del padre, y con esa obsesión inentendible de gritarle al pequeño Lucas.

Primero le metió el fútbol por ojos y oídos y camisetas. Después alentó la ida a los entrenamientos. Pero ahora esto, no se tolera. Lucas no ha podido hacer goles en los últimos tres partidos, y está triste. Se olvida de la sequía goleadora cuando va a la escuela, cuando va a catequesis. Pero apenas pone rumbo al rancho de dos aguas de la orilla del pueblo, la memoria le traiciona y vuelve la angustia.

El padre casi ni le habla, está recaliente.

Y la mochila de la escuela pesa un poco menos que la responsabilidad de cada cena. Hablar de fútbol, de cómo estuvo la práctica. Ese universo de rezongos y cuestionamientos y sugerencias pesa mucho, más que la mochila escolar. Carga sobre los hombros y vuelve pesadas las piernas. Además para colmo el equipo no rinde, y sólo a veces no se puede.

Solo con su almohada, ya de noche, piensa. Y mientras piensa en las ilusiones y expectativas que el padre vive por él, se duerme.

Una puerta más allá duerme la madre, y a su espalda el padre se desvela. Así nunca van a salir de pobres, así nunca.



Días más tarde, el pequeño Lucas –que sueña y vive en clave de fútbol- despierta en domingo. Su equipo gana, y anota el tercer y el cuarto gol. El padre reboza felicidad, con las manos agarrotadas del tejido. Mira a la patrona y le dice con la mirada lo que la voz debería gritar para que escuche: “Viste?, viste?”.

Lucas respira y duerme aliviado. Al menos será una semana sin mochila.

Y así marcha la cosa.




 

Marchando la cosa

Marcha la cosa. Bien puede ser una pregunta, una respuesta, un comentario o lo que gramaticalmente se quiera, correctamente aderezado con simbolos de todo tipo.

Pero en el interior, donde yo vivo y me desvivo, es la frase mas usada cuando no se tiene nada interesante para decir.

Por ejemplo. Un cristiano llega al boliche y luego de pedir la grappa, de hablar del tiempo, de mirarse las manos y de preguntar por la salud del enfermo de turno, no tiene nada mas que hablar con el restante parroquiano que a esa hora ocupa el bar. Entonces dice (usted ya se lo imagina)... Marcha la cosa.

Tambien dice "Marcha la cosa" el politico de turno que llega al pueblo en busqueda de votos y apoyo popular, cuando le estrecha la mano al que cuida el comite y busca su sonrisa complice (Nota de la Redaccion del blog: si es de oposicion la frase se relaciona con que marcha la cosa mal, si es oficialista se vincula con que marcha todo bien, obvio, como debe ser).

Tambien marcha la cosa para el intendente cuando el ciudadano le pregunta por algun expediente en tramite. Lo contestó Vidalin cuando atravesaba la plaza de Durazno, un mediodia de su primer mandato, y se le acercó un amigo. "Lo tuyo esta marchando" dijo el ex aspirante a Presi, "yo solo te queria saludar" explico el hombre común.

En definitiva siempre marcha la cosa, y cosa puede ser la vida, el clima, la peladera, la aspiracion a jubilacion, el partido de futbol, el truco del boliche, el romance, el casamiento, el pais, la guerra en Irak y la desocupacion en Tailandia.

Todo es cosa, y siempre marcha la cosa.

Es la frase de cabecera del conductor de ómnibus cuando el pasajero se apresta a bajar, y se acerca a la puerta. Como allá adentro todos nos conocemos, el manejador le pregunta si marcha la cosa. Y el tipo le dice que si, y allí responde por la patrona, los hijos, el trabajo, la reforma del galpón y hasta la inflamación del tobillo.

El colmo de que la frase se aplica a todo nivel lo demuestra un empleador preguntándole a su ex dependiente -el mismo al que hecho por reducción de personal tiempo atras- si marcha la cosa. Y el obsecuente responde que va marchando, y eso le agrega ganas de putearlo todo. Pero no lo hace.

Y así va marchando la cosa.

Marcha la cosa en las ferias ganaderas, ese punto de encuentro social que tiene el medio del campo. Se lo pregunta el dueño de la estancia al rematador, y el martillero al del banco, y el comprador al que arrea el ganado.

Para todos marcha la cosa, y cuando no marcha se empuja..

Así que de eso se trata. De las relaciones humanas, de las rarezas que ofrece sin querer y sin saber la tierra adentro. De eso nos ocuparemos cada tanto, de saber como marcha la cosa pa estos lados de las verdes y suaves ondulaciones con clima templado.

Ta?

Marcha la cosa?

Va marchando...




 

 

Blog - Dino Capelli


 

 
 

 

 

 
   

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