LA MUCHACHA DE NEGRO
Su pelo era negro y con claritos, los mechones en punta le quedaban endemoniadamente bien.
Siempre la vi de negro, enteramente de negro, con pantalones ajustados y camisetas o blusas que le llegaban hasta antes de la cintura, dejando ver una franjita de piel muy blanca.
Su cara bella y muy pálida, de una belleza extraña para mi, con labios pulposos y rojos, nunca le vi los ojos pues usaba constantemente unos enormes lentes negros envolventes que le ocultaban la mirada y gran parte del rostro, me imaginaba que sus ojos eran negros y brillantes.
LucÃa siempre una especie de boina negra con visera, que guardaba luego en el gran bolso del mismo color pendiente de su hombro derecho.
De estatura media y un cuerpo escultural, calzaba sandalias que realzaban aún mas su figura, los hombres siempre la miraban pues llamaba la atención al más distraÃdo.
Me empecé a fijar en ella más detenidamente un dÃa de tremendo calor, todo el mundo andaba como zombie pues la temperatura era altÃsima ese enero y el ómnibus parecÃa una nave del infierno transitando bajo un sol implacable, la gente apretujada y el aire viciado.
Ella viajaba en el asiento siguiente al mÃo del lado de la ventanilla, yo sobre el pasillo, al doblar el ómnibus el sol dio de lleno en su rostro y pude ver claramente como la cara se le contrajo en forma brusca, inmediatamente puso el brazo derecho sobre el rostro a manera de protección, al tiempo que buscaba como desesperada la cortina que estaba plegada detrás de su cabeza sobre mi porción de ventana.
Me incorporé y desplegué la cortinita tapando los quemantes rayos, ella quedó un instante aún tapándose la cara y luego volteó lentamente en un gesto de agradecimiento y moviendo sus labios algo me dijo, pero no puede oir.
Un instante después buscó en su bolso hasta sacar un tubo de metal plateado de donde extrajo una pequeña pastilla que ingirió, al parecer era un potente analgésico pues inmediatamente la vi relajarse con un suspiro, apoyando su cabeza en el respaldo del asiento.
No sé porque, pero desde ese dÃa sentà como una inquietud inexplicable.
DÃas después, serÃan las 8 de noche, fui al nuevo supermercado sobre la avenida y la vi, estaba como siempre enteramente de negro y lentes oscuros a pesar de la inexistencia del sol.
Sin darme cuenta de lo que hacÃa la seguà furtivamente ocultándome detrás de los estantes, la vi detenerse en la sección carnicerÃa y retirar de una góndola refrigerada varias bandejas que cargó en el carro.
Me dio curiosidad saber que habÃa llevado, fui al lugar y comprobé que allà solamente quedaban algunas pocas bandejas con hÃgado de vaca, el cual aborrecÃa pues mi madre me obligaba a comer esa cosa oscura y sangrienta, con el argumento de que contenÃa mucho hierro y era bueno para los niños.
Quise seguir con mi persecución encubierta y la busqué, pero ya no estaba, me pareció raro pues no habÃa mucha gente en el supermercado y no me explicaba como hizo para desaparecer tan rápidamente, esa noche tardé en dormirme.
Pasaron varios dÃas sin verla, hasta una mañana nublada y fresca por la lluvia de la noche anterior, que daba un poco de tregua al bochorno de temperaturas altÃsimas que padecimos los habitantes de Montevideo
Subió al ómnibus en su parada habitual, como siempre bellÃsima y extraña, pasó a mi lado y se sentó en los asientos traseros, a esa hora no viajaba mucha gente y durante un buen rato estuve tentado en dar vuelta la cabeza pero no me atrevÃ.
Me incorporé para bajar y aproveche para buscarla, estaba recostada contra el vidrio de la ventana absorta en sus pensamientos, era la única que viajaba en esa parte.
Ya en la puerta delantera miro por el enorme espejo que tiene el conductor para ver toda la plataforma del ómnibus y fue en ese instante que me invadió una angustia inmediata, pues nadie estaba en el fondo del ómnibus, luché conmigo mismo para voltear la cabeza y una fuerza inexplicable me detuvo, todo en un segundo, solo atiné a bajar rápidamente del vehÃculo.
Parado en la vereda y haciendo un gran esfuerzo de voluntad logré mirar hacia atrás, entonces la vi nuevamente, estaba con su cabeza recostada en el vidrio como antes, solo que ahora me estaba mirando directamente o parecÃa que lo hacÃa a través de sus enormes lentes negros y en el preciso instante en que el ómnibus arranca, sus labios se entreabrieron dedicándome una sonrisa, me quedé estático y comencé a transpirar, mi corazón parecÃa que se salÃa del pecho.
Nunca más tomé ese ómnibus, y aún me inquieta recordar lo que me pasó con esa misteriosa muchacha.
Repasando miles de veces la escena y con ese miedo raro que aún persiste, me doy cuenta que mi aflicción es porque jurarÃa que vi en su sonrisa de dientes muy blancos, un canino muy largo y puntiagudo.